quarta-feira, 7 de março de 2012

Histórias da realidade improvável - 59

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Un investigador acusa al Nobel de Medicina de usurpar su trabajo.
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El galardonado Hoffmann admite que su colaborador "contribuyó mucho"
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Todo apunta a que la Academia sueca cometió un error al conceder el último premio Nobel de Medicina. El comité ignoró al descubridor, Bruno Lemaitre, para premiar a su jefe, el prestigioso inmunólogo y expresidente de la Academia Francesa de Ciencias Jules Hoffmann. El asunto objeto del premio tiene gran importancia científica e industrial pues abre la investigación de una nueva generación de agentes antimicrobianos. El Nobel recayó en Hoffmann y otros dos colegas por descubrir cómo funciona la inmunidad innata, una primera línea de defensa contra virus, bacterias, hongos y gusanos que dispara antes, y hace muchas menos preguntas, que la exquisitamente selectiva inmunidad adaptativa, o lo que solemos entender por sistema inmune.
La Academia acreditó a Hoffmann por descubrir las claves del sistema utilizando la poderosa genética de la mosca Drosophila, lo que permitió extrapolar las ideas a nuestra especie y abrir la investigación de un tipo radicalmente nuevo de antimicrobianos.
El problema es que no fue Hoffmann, sino un posdoc (investigador posdoctoral) de su laboratorio en Estrasburgo, Lemaitre, quien hizo todos esos experimentos cruciales con la mosca. La información proviene del propio Lemaitre y debe considerarse parcial en ese sentido, pero está documentada de forma exhaustiva en una web pública —hasta el organigrama del laboratorio se detalla— y no ha sido desmentida por Hoffmann ni por ningún científico de las docenas de ellos que trabajaban allí en la época relevante.


Un antecedente hace 60 años

El affaire Lemaitre parece calcado de un error similar cometido hace 60 años, cuando el Nobel por el descubrimiento de la estreptomicina fue a parar no al descubridor, sino al director de tesis del descubridor. Aunque esta historia es más vieja, su resolución está todavía en la imprenta: una investigación del periodista británico Peter Pringle que revela cómo el joven doctorando Albert Schatz, de la Universidad de Rutgers, descubrió en 1943 la estreptomicina, el primer medicamento eficaz contra la tuberculosis; y cómo su director de tesis, Selman Waksman, se llevó el mérito, el premio Nobel y el dinero de Merck por los derechos de la patente. El libro de Pringle, Experiment eleven (Walker & co), saldrá el 8 de mayo en inglés.

No es que Lemaitre hiciera el trabajo bajo la supervisión de Hoffmann y el comité Nobel haya preferido premiar la astucia teórica del segundo antes que la obstinación experimental del primero. Es que Lemaitre lo tuvo que hacer todo a pesar de su jefe, que ni vio la idea del posdoc ni mostró el menor interés en su trabajo hasta la hora de firmar el artículo clave en la revista Cell. La principal contribución de Hoffmann a la investigación por la que ha recibido el Nobel fue oponerse a ella.
Contactado al teléfono desde Estrasburgo, y hablando a toda velocidad, Hoffman, de 70 años y una voz que aparenta 40 menos, se deshace en elogios hacia Lemaitre, del que dice que es “un tipo formidable” y reconoce que hizo “estupendas y enormes contribuciones en el laboratorio”. “Le quiero mucho, le conozco desde hace mucho tiempo, y me siento muy decepcionado por sus acusaciones. Dan una imagen errónea de los científicos. Esto no es un concurso de egos, sino un trabajo de equipo”, añade el investigador, que dirige un laboratorio en el instituto de biología molecular y celular del CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique) y la Universidad de Estrasburgo.
A la pregunta de si considera que Lemaitre merecía este premio tanto como él, el científico responde así: “Le puedo decir que contribuyó mucho. Firmamos tres artículos juntos en los que él era el primer autor. Pero en esos estudios colaboraba mucha otra gente, entre 5 y 12 personas. El problema es que solo dan tres premios cada año. Si Alfred Nobel hubiera sido tan generoso como para dar seis premios, quizá también se lo habrían dado a Bruno”.

Hoffmann, que parece más decepcionado que enfadado por lo ocurrido, explica que el hallazgo premiado “comenzó a fraguarse en los años setenta gracias a un profesor de Yale, y desde entonces ha trabajado mucha gente en él, en Europa y en América”. “Yo hice mi tesis doctoral sobre el asunto y empecé a experimentar con saltamontes hasta que a finales de los setenta mi mujer fue a trabajar a Suecia y aprendió una técnica que nos permitió dejar a los saltamontes y avanzar. Mi mujer sigue conmigo”, afirma bromeando. “Bruno hizo descubrimientos soberbios mediante pruebas muy complicadas, pero solo trabajó aquí durante cinco años. Yo dirijo este laboratorio desde 1978, y quizá por eso el premio vino a Estrasburgo”.
Dicho esto, el profesor considera “inelegante” responder a las imputaciones de su exbecario. “Primero, no he querido ni leerlas”, afirma. “Y, segundo, no constituyen un problema real. Lemaitre no fue candidato al Nobel, y es el comité del premio, formado por 50 profesores del Instituto Karolinska, quien concede el galardón”. “La verdad es que yo no esperaba ganar el Nobel”, afirma luego, “pero la decisión del comité es inapelable. Como se dice en latín, Roma locutas, causa finita. Cuando habla Roma, se acabó la causa”.
Para acabar, el científico confiesa que invitó a su excolaborador a acudir con él a Estocolmo para la ceremonia del Nobel. Pero Lemaitre se negó. “Le dije que sería un gran día, que compartiríamos aquella alegría, le insistí mucho, pero dijo que prefería no venir. Al parecer, estaba muy decepcionado por la decisión”.
El presidente y consejero delegado de la empresa farmacéutica Abide Therapeutics, Alan Ezekowitz, ha salido en defensa de Hoffmann. “Lemaitre se equivoca en su interpretación de los hechos. Los comités que evalúan los premios importantes en ciencia y medicina son extremadamente diligentes y siempre sensibles para garantizar que otorgan el crédito allí donde se merece; sé que las contribuciones de Bruno fueron evaluadas de forma completa, concienzuda y totalmente independiente”. Ezekowitz opina que sacar esta información en la prensa “solo sirve para confundir al público general”.

El País

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